18/6/23

María Cristina Chiama comparte a Rupailaf/Di Marco/Chiguaillaf

  


  ¿Será que me doy vuelta

la cara

para mirar la sombra

que me volvió niebla lo oscuro?

 

Me tiemblo de mirarte ausente

y de sentirte

en las bocas que no eres.

Deseo el olvido como a la carne

en la mandíbula

de tigresa.

Mi despedazado,

sangre chorreante,

tibios miembros que muerdo

trozos que arranco y devoro

sin saciarme.

 

Roxana Miranda Rupailaf

 


Leí

no me acuerdo cuándo

ni dónde

que Alejandra Pizarnik

dijo

que jamás escribiría una novela

porque

en algún momento

debería decir

que alguien toma un café con leche

Ella dialogaba con su muerte

y sus versos

eran consignas

tajos en la piel de lo imposible

que aludían

a un mundo perdido

La opacidad era su reino

y ella misma

la ofrenda para el sacrificio

Nací extraviado

y jamás escribiría

en un poema

ñoqui, sustentabilidad, macroeconomía

Escribo

muy lentamente

palabra tras palabra

por eso

no puedo escribir una novela

(Aunque en la mía

si la hubiera,

el personaje central

-usaría la tercera persona-

se comería un plato de ñoquis

en un bar

donde la tele

transmite el noticiero del mediodía

en el que un especialista

predica

que el crecimiento del país

depende

de la libre flotación del dólar.

Sería

un narrador realista

que cuenta

las miserias diarias del vivir).

Y me cuesta escribir un poema

que se mezcle y confunda

con la prosa del mundo

y que salga de esa turbulencia

ileso y lúcido.

Ese poema

radiante y sólido

diría

-para sí mismo-

que entre

entre el mudo resplandor de las estrellas

y mi dispepsia crónica

hay una íntima conexión

que se pronuncia en el silencio.

En mi novela

imposible

Pizarnik se toma un café irlandés

y el narrador (impersonal)

detiene por un instante su mirada

en las manchas de aceite

que cubren el asfalto

y en las que asoma un arcoíris.

Y a mi poema

(virtual)

acude un gorrión.

Y el mundo

es ese don

un cúmulo de instantes efímeros

donde se posa

para huir

el fantasma

de la inmortalidad.

 

José Di Marco

 


Los convoco porque me devuelven la tierra

Para mí no era más que una palabra.

Yo era un hombre de lenguaje y no de tiempo,

de metáfora fósil, no de barro. No era un hombre

primordial.

 

La lengua sólo existe

para poder nombrar las cosas sagradas de

la naturaleza, la piedra, el agua, el

árbol, el río, me dijo una tarde

un poeta, en medio de esa

metáfora que los habladores

llamamos el Sur.

Sin tierra no hay palabras.

No nos han quitado un territorio,

no es sólo un lugar donde habitar :

sin tierra no hay idioma,

sin idioma no hay gente de la tierra.

Quisieron arrancarnos la existencia.

Por eso es que cantamos todavía, me dijo.

 

Por eso los convoco. Por el canto

que me enseña que es la tierra la que nombra.

La tierra me devuelven, herman@s, no palabras.

La tierra

que me huele en las costillas como

un humor azul perdido y reencontrado.

 

Que llueva.

Eso es lo que les deseo, herman@s poetas.

Que llueva, que la lluvia sabe cómo

ahogar a quien ahogo se merece

y hacer crecer la voz que crecer debe.

Que llueva.

Ofrezco gota a gota mi guitarra.

 

 La palabra de los antepasados.

La conversación (es decir, la oralidad) con los abuelos y los padres fue el primer aprendizaje:

A orillas del fogón (en su memoria)

los abuelos mueven los tristes labios

del invierno

y nos recuerdan a nuestros muertos y

desaparecidos

y nos enseñan a entender el lenguaje

de los pájaros

Nos dicen: Todos somos hijos de la misma

Tierra, de la misma agua ...

 

Elicura Chiguaillaf

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2 comentarios:

Blogger Gus... ha dicho...

Gracias María Cristina y a tus poetas invitades. Abz, Gus.

18 de junio de 2023, 13:13  
Anonymous liliana corredera ha dicho...

Elicura y su sentencia: "sin tierra no hay idioma" Ahí está el dolor. Gracias Cristina Chiama!!

19 de junio de 2023, 15:43  

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