¿Será que me doy vuelta
la cara
para mirar la sombra
que me volvió niebla lo oscuro?
Me tiemblo de mirarte ausente
y de sentirte
en las bocas que no eres.
Deseo el olvido como a la carne
en la mandíbula
de tigresa.
Mi despedazado,
sangre chorreante,
tibios miembros que muerdo
trozos que arranco y devoro
sin saciarme.
Roxana Miranda Rupailaf
Leí
no me acuerdo cuándo
ni dónde
que Alejandra Pizarnik
dijo
que jamás escribiría una novela
porque
en algún momento
debería decir
que alguien toma un café con leche
Ella dialogaba con su muerte
y sus versos
eran consignas
tajos en la piel de lo imposible
que aludían
a un mundo perdido
La opacidad era su reino
y ella misma
la ofrenda para el sacrificio
Nací extraviado
y jamás escribiría
en un poema
ñoqui, sustentabilidad, macroeconomía
Escribo
muy lentamente
palabra tras palabra
por eso
no puedo escribir una novela
(Aunque en la mía
si la hubiera,
el personaje central
-usaría la tercera persona-
se comería un plato de ñoquis
en un bar
donde la tele
transmite el noticiero del mediodía
en el que un especialista
predica
que el crecimiento del país
depende
de la libre flotación del dólar.
Sería
un narrador realista
que cuenta
las miserias diarias del vivir).
Y me cuesta escribir un poema
que se mezcle y confunda
con la prosa del mundo
y que salga de esa turbulencia
ileso y lúcido.
Ese poema
radiante y sólido
diría
-para sí mismo-
que entre
entre el mudo resplandor de las estrellas
y mi dispepsia crónica
hay una íntima conexión
que se pronuncia en el silencio.
En mi novela
imposible
Pizarnik se toma un café irlandés
y el narrador (impersonal)
detiene por un instante su mirada
en las manchas de aceite
que cubren el asfalto
y en las que asoma un arcoíris.
Y a mi poema
(virtual)
acude un gorrión.
Y el mundo
es ese don
un cúmulo de instantes efímeros
donde se posa
para huir
el fantasma
de la inmortalidad.
José Di Marco
Los convoco porque me devuelven la tierra
Para mí no era más que una palabra.
Yo era un hombre de lenguaje y no de
tiempo,
de metáfora fósil, no de barro. No era un
hombre
primordial.
La lengua sólo existe
para poder nombrar las cosas sagradas de
la naturaleza, la piedra, el agua, el
árbol, el río, me dijo una tarde
un poeta, en medio de esa
metáfora que los habladores
llamamos el Sur.
Sin tierra no hay palabras.
No nos han quitado un territorio,
no es sólo un lugar donde habitar :
sin tierra no hay idioma,
sin idioma no hay gente de la tierra.
Quisieron arrancarnos la existencia.
Por eso es que cantamos todavía, me dijo.
Por eso los convoco. Por el canto
que me enseña que es la tierra la que
nombra.
La tierra me devuelven, herman@s, no
palabras.
La tierra
que me huele en las costillas como
un humor azul perdido y reencontrado.
Que llueva.
Eso es lo que les deseo, herman@s poetas.
Que llueva, que la lluvia sabe cómo
ahogar a quien ahogo se merece
y hacer crecer la voz que crecer debe.
Que llueva.
Ofrezco gota a gota mi guitarra.
La
palabra de los antepasados.
La conversación (es decir, la oralidad) con
los abuelos y los padres fue el primer aprendizaje:
A orillas del fogón (en su memoria)
los abuelos mueven los tristes labios
del invierno
y nos recuerdan a nuestros muertos y
desaparecidos
y nos enseñan a entender el lenguaje
de los pájaros
Nos dicen: Todos somos hijos de la misma
Tierra, de la misma agua ...
Elicura Chiguaillaf
Gracias María Cristina y a tus poetas invitades. Abz, Gus.
ResponderEliminarElicura y su sentencia: "sin tierra no hay idioma" Ahí está el dolor. Gracias Cristina Chiama!!
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