Aprendí costura de oído
por mi madre, de primera mano.
Antes fue la madre de mi madre
la que cosía entre legados y rencores.
Incluso hubo una tía abuela experta
en vestidos asfixiados de novia.
Ella cortaba, así, lo puro ajeno
hasta que al fin llegó
su doméstica venganza.
La madre de mi padre, alias la Vicky
tramaba con amor
lo inverosímil de mis vestiditos
así como cosía su pareja soledad
con las frescuras de la casa.
De esos hilos y esos cortes
estoy hecha
mal cosida.
Analía Ojeda
XXXVIII
remolinos prendidos en la suela
anfetaminas argentinas
infusión de chiste y despedida
claridad carnosa transpirando
mochila desafinada en la provincia de los
compos
trigo y bosta de vaca
al carajo los homenajes al esfuerzo
al inmigrante heroico
al primer trabajador cacareador
silencio
comprensión y olvido
quizá sea lo que precise
que de haber podido elegir otra vida
seguramente lo hubiera hecho
Diego M. Ferrero
BERLÍN, 2 DE MAYO DE 1945
A Alejandra Boero
Me llamo Iván Bronstein, soy tanquista de
la 7.a Brigada Sur, ascendido a teniente ahora, después de las colinas de
Seelow. Mañana (sé que estaré vivo mañana) cumplo veintidós años.
He pasado los últimos tres años a caballo
de la muerte. Katya, amor mío, la muerte no es una ensoñación de Pushkin: pesa
treinta mil kilos y huele a gasoil quemado.
¿Has escrito nuevos poemas? ¿Me los dirás
en la penumbra del granero?
Silencio —me decías—, el sol va a tocar el
horizonte.
A veces, la muerte y yo irrumpíamos a
cuarenta kilómetros por hora desde lo profundo de un bosque nevado. Los pájaros
nos precedían. Yo imaginaba eso, bandadas de pájaros negros que graznaban
¡Hurra! ¡Hurra! ¡Hurra! Y entonces abríamos fuego.
¿Has pensado jamás, Katya, que "abrir
fuego" es una expresión poética? ¿Y que "cerrar fuego" no existe
en nuestra lengua?
La palabras tienen esta forma caprichosa de
hacernos el amor —dirías con una sonrisa—, las palabras son más libres que las
personas.
Caminábamos después por entre el humo y los
cuerpos. Aún nos veo allí como sombras entre las sombras, como si esos cuerpos
hubiesen sido la sombra de nuestros cuerpos, un eclipse maligno, el eco
astillado de lo que nunca sabríamos decir. Algunos cuerpos gemían.
Quiero cadáveres, no prisioneros —nos había
respondido el comandante mientras fumaba su papirosa.
Usábamos mazas, hachas y palas, cosas que
teníamos a mano. Pável, el artillero, tocaba el acordeón, siempre la misma
melodía.
La guerra, Katya, es este viento metálico
que sopla en la memoria.
Recuerdo que hemos llegado a un gran parque
entre las ruinas, el Tiergarten (como quiera que se pronuncie en esta lengua
bestial). Parece que hay jabalíes aquí, tal vez podamos cazar uno para la cena.
Hemos descendido ahora del T-34. Con la
Sport de Andréi, el conductor, nos hemos sacado fotos junto al tanque. Te
llevaré un par de regalo.
No recuerdo mucho más, la brisa de la
mañana era agradable.
Alejandro Michel
Gracias Alejandra y a tus invitades. Abz, Gus.
ResponderEliminarHermosas voces. El primer poema me partió.. gracias por presentarlos
ResponderEliminar.❤️🦋 Graciela Ballesteros
Gracias por los poetas elegidos Alejandra. Muy bien logrados los dos primeros. Y por demás potente y con gran capacidad compositiva las lúcidas observaciones de Michel. Lo íntimo de la frase "Las palabras tienen esta forma caprichosa de hacernos el amor -dirías con una sonrisa-, las palabras son más libres que las personas" y lo externo trágico del momento bélico expuesto al decir: "La guerra, Katya, es este viento metálico que sopla en la memoria". Excelente. Equilibrado y sorprendente. Saludo afectuoso desde Córdoba, Alfredo Lemon
ResponderEliminarGracias Alejandra por hacernos conocer a estos maravillosos poetas.
ResponderEliminarImperdibles. Muchas gracias. Saludos.
ResponderEliminarMe encantó la prosa poética de Michel. Potente, profunda, bellamente escrito. La frescura del poema de Ferrero, y las imágenes y sentidos del poema de Ojeda. Mil gracias por compartir, Alejandra y Gus 💕🦋
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