La casera supo quiénes éramos
y nos dio diez minutos para irnos.
Mudanza
Lo que iba a suceder sucedió.
Salimos de esa casa
cuidándonos del roce de sus ortigas.
“Yo sé irme.
No dudo.
Dejo el pan y las sábanas
incluso la lapicera buena y la blusa rosa.
Soy un druida.
¡Soy un templario!”
Hay una alegría inconfesa en cada pérdida.
Un instante en que ves lo que los demás no
ven
y siempre conservas.
“Ya no más
más no
ya.”
Vinieron las luces rojas
y los árboles levantaron sus brazos
pidiendo el permiso de hablar
una lengua que nadie entendería.
Pienso en lo que no sabía que iba a pensar.
Ese impensable que tienen los cuerpos
cuando pueden vaciarse
para no ser tocados.
Nada fue, ese día, tan secreto
como el sentirme feliz
de morir… tan poco.
© Blanca Lema
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