MÚSICA INSULAR
Acaríciate la lengua con todos los
demonios,
y prepara tempestad en los ojos nativos.
En el dorso enrojecido,
fabrica el surco de pavuras;
islas desgarradas
en el pecho del jaguar de las hojas
Como el insecto en el cuenco de sal, como
la carne del idioma
curtida por tejedoras de un rocío pálido e
incierto-
esa levedad del hombre entre dos mundos,
entre arcillas que devienen vanas y
laboriosas,
y que vuelven amarillas las aguas en los
ojos del ciervo
si cruza las neblinas, encendiendo palabras
bosques o insectos
en la boca de un moribundo,
-acaríciate esa lengua,
y también los silencios,
el dulce manar del tiempo
desde el centro del árbol prodigioso
y puesto a arder sobre un mapa
de ganados marchitos;
agua desdeñosa,
acaricia,
y el silencio
por las criaturas
que calientan sus corazones
con el hornillo de palabras;
acaricia bordado de Benarés
tierno botón que abre la centuria
de
cóleras,
donde la flecha se torna sonoro espejo
para la prosodia de los adornados
Acaricia idiomas entornados en los cuerpos,
los largos fuegos arrobados en el centro
del bosque,
los vocablos amatorios que sobrevivan al
devenir
de las plantas acuáticas sobre las grandes
ciudades;
y acaricia lo fugitivo
la flecha y el fantasma que hace miles de
años
evita ser herido por la punta de pedernal,
por el agua que corre por las piedras para
no ser agua.
Lo demás es otro verbo por pervertir con el
uso.
Otro abismo que contemplar desde nuestros
ojos de tigre.
Acaricia el ala que sale de tus ojos
arrancando
con furia, el carbón ancho y vulnerado de
tu silencio
hasta hacerlo florecer en palabras,
hasta hacerlo nacer en miles de cuerpos
que el mar de las constelaciones
devuelve cantando,
renaciendo.
Acaricia el collar de palabras
después de sentir pavor en otro hueso,
en otro verbo encarnado
sobre el lustro de las mareas;
acaricia el códice de los jardines
perfumados,
que el abejorro nazca de la estrella
y su lengua se tense en gemelas épicas de
amapola:
prehistoria de cuerpos que crecen al fondo
de sí mismos,
acarreando voces desde el fondo de las
voces,
mirando las tormentas sin cantar o
enloquecer;
prohijando flores y hormigas carnívoras por
igual,
veneros de palabras, donde nos tornemos
río,
río de luciérnagas en el reverbero de
sombras,
un infinito de islas elocuentes
en la boca caída
de bruces
en los calendarios presididos por el sol,
en las aguas pavorosas del sentido.
© Ariel Ovando
Majestuoso, exaltación de imágenes lanzadas y bien direccionadas hacia múltiples aristas. Gracias, Alfredo Lemon
ResponderEliminarGracias por tus comentarios, estimado Alfredo.
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