El escondite
La luz oblicua de las cuatro tocaba la
pared.
Me gustaba sacarme los zapatos,
los soquetes,
un cosquilleo subía por las piernas.
De las baldosas brotaba
una humedad que daba helechos raros,
fatales alimañas que había que matar
para evitar que echaran bulbos
alrededor del corazón.
Yo tomaba las armas, arrancaba las flores
que me habían crecido por adentro,
hasta que ni un capullo quedaba,
ni una espina,
entonces me rendía de dolor y de gusto.
Antes de que los grandes pudieran
encontrarme
jugaba a darme besos con el sol.
© Estela Zanlungo
ResponderEliminarMi querida Estela, tu poesía siempre me lleva por diferentes lugares. Encuentro que dicen mucho más que esas palabras sobre la pizarra negra.
Abracito.
Lily Chavez
Ay, Lili, te abrazo!!!!!
EliminarHola Estela, qué hermoso poema y qué hermoso leerte. Un abrazo grande, susana
ResponderEliminarAbrazo, Su!
EliminarLa hondura de la infancia! Felicitaciones! Beso! María Cecilia Piscitelli.
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