2/3/22

Poema de Ricardo Rojas Ayrala

 


Complicidad de la alunecida de Cundinamarca


«En qué urnas etéreas, alma

olvidaste tu tiempo y tu piedad?»

Juan L. Ortiz


Luna atroz que le faltan tres minutos, para que le

sobre nada, en dónde «anochecerse» o dos horas más

o menos de sí y abandonarnos, luego, a los «ralentis»

iniciáticos de la mañana primera: «inocentes»

y «puros» de nuevo, con nuestros mapas genéticos

pletóricos de relucientes cromosomas, con nuestros

«downloads» del furor apenas desvencijados, así.

Te amo tanto, mi niña negra, mientras enhebras la luz

rayo a rayo.

 

Lo que viene a decirnos, «lunita», suaves misterios,

suaves, suaves. Juntos. Kikí de Cundinamarca.

Ahogos unívocos, calendarios, del grandilocuente

redondel enceguecedor que entre las ramas del

sauce rojo vacila antes de matar y antes de fortalecer.

 

Nadie nos presta atención. Ni los faunos, ni los más

recientes «Vitus Bering», ni los murciélagos, ni los

obsecuentes mayúsculos, ni los «shogunes», ni los

usuarios registrados, ni la caterva de «doctores» en su

delantal, ni esos cinco ángeles barrigudos que corretean

enfajinados tras las fallidas estrellas kinetoscópicas

y el diluido zinc del lucero.

 

Amémonos, otra vez, mi preciosa

niña negra de Cundinamarca.

Amémonos otra vez.


© Ricardo Rojas Ayrala

 

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