La piel que habito
Hemos lamido la carne ajena
Y nos quitamos las espinas
Escupimos las llagas a los peregrinos de la
tierra
para que no duelan
para que no sangren…
para que no sea demasiado tarde.
Dejaremos a un lado
la belleza de las flores amargas
morderemos los flancos
del último cordero
el mundo se ha detenido en una telaraña
infranqueable
es un nuevo relicto de tiempos ancestrales
estamos escribiendo
la bitácora del alba
la bitácora
de los sueños enterrados...
hemos destruido las semillas
el amor
se desgajó en olvidos
los gritos se ajustaron a los candados
y amordazaron los silencios.
Descuartizamos cada día y decimos haber
dejado el carroñeo
Al porvenir se abreva.
Cuando miro las flores y la hierba del
campo...
para sobrevivir
reconocen del exceso y la escasez
necesitan el agua y el reparo
un poco de luz y otro de sombras
perciben la maldad y la naturaleza de las
plagas
saben del daño y la impiedad
La piel que habito, tiene señales de mis
orígenes.
Mis padres fueron insistentes
De la vida aprendieron el verbo agradecer
No fue de la gramática, sino de los caminos
No fue de la certeza, sino de la zozobra
En la mesa había siempre un plato de comida
para saciar hambres
ajenas.
Las manos estaban extendidas para cruzar
arenas movedizas.
Nos enseñaron a los hijos, a preocuparnos
por los padres
A los abuelos a tejer lazos con los nietos
El legado se transmite
Se pasa y se entrelaza, está en la
naturaleza vital de cada amanecer.
La reciprocidad, es parte de eso mismo, en
cada una de las
cosmogonías.
El pensamiento de Occidente, la cultura de
la culpa,
de allí la desazón
los desatinos, los olvidos.
La desmesura y la avaricia.
Hoy pienso en desafíos y arrebatos
Veo la calma que antecede a las tormentas
La tierra nos grita el desamparo
Se devora hasta el último destello.
Parir de nuevo cada vez
Tantas hasta volver a ser.
En la memoria del corazón anida la esperanza
Suscribo con fervor de condenado
El devenir me aguarda.
© Patricia Cuaranta
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