Salitre
La sed no tiene voz.
La sedienta
mudez implora
un aullido
de ángeles al cielo,
una monodia
oscura al infierno,
un arrullo
de paloma a la cornisa,
una oración
temerosa al canalla,
una
diatriba memorable al ministro,
una cáscara
de sustantivo,
el hollejo
de un verbo,
el hueso de
un adjetivo,
la médula
de un poema.
Algo que
diga algo del deseo
y del
silencio.
No es
preciso que suene sublime,
ni tan
siquiera bien dicho,
sólo algo
conque tapar la boca,
la gruta
cuaternaria de la boca.
© Eugenia Cabral
El silencio detrás de todo y la necesidad de que algo sea por fin articulado. Gran poema.
ResponderEliminarGracias.
Pero que diga... magnífico; potente súplica
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