De chico
eras desgarbado. Las orejas, sobresalientes como asas. Tu padre se encargaba de
prepararte el desayuno porque con esa primera comida creía que iba a poder
modificar tu aspecto de “palo de escoba”. Después de que te pusieras los
pantalones cortos, antes de ir a la escuela, te sentabas frente a la taza
hirviendo. El olor que salía te daba arcadas. El café con leche con un gran
trozo de manteca flotaba a la manera de una balsa mientras iba derritiéndose
con lentitud hasta ser nada más que un manchón dorado.
© Verónica Pérez Arango
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