La mecedora de mimbre y el corredor colorado.
A las tres de la tarde la mesa aún servida
y el vuelo blanco del mantel,
como un sudario campesino, moviéndose a destajo.
Las patinadas piñas de los relojes de Schwarzwald
caían como uvas reincidentes al peltre de la casa.
Los perros, echados y faraones,
miraban indolentes el natatorio de moscas
que era el aire.
Alucinado en secas el campo de se venía,
como un perdón reptil a las tranqueras.
© Miguel Ángel Federik
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