Nocturno
Liviano ante las ruinas de este jardín,
el aire
que atravesó ciudades y ríos
roza la superficie. ¿Qué
fatiga, qué bellísima fatiga
nos disuelve?
En esta tarde de junio
de un cielo plomizo
dejo atrás lo que viví,
y el escaso margen que queda,
el frío
es
-sabemos-
una llama blanca
que encenderá una letra, una voz y
una caligrafía
con que se pueda escribir
eso que cada uno,
a su modo,
conoce:
que las horas y los días,
que las lluvias torrenciales
son apenas
hechos pasajeros
que más allá
de sus destrozos,
los temporales pueden dotar de fuerza
a los seres
inmersos
en su estruendo
y que el olvido,
que todo lo arrasa
y todo lo ve,
no tiene fin
que, a pesar de todo,
las tempestades
pueden volverse benignas
como animales nocturnos
disolviéndose.
© Carlos Battilana
Sigilosamente tus palabras van calando profundo hacia la mirada última del poema. Maravilla! Como bien refiere Santiago Llach, la tuya es "una poesía sobre cómo parar al corazón neurótico, como ejercer el esfuerzo permanente de la fe; la poesía no es huida sino reparación, no obsesión sino persistencia". Alfredo Lemon
ResponderEliminarPensamiento puro y emoción profunda. Qué belleza este poema.
ResponderEliminarVerónica M. Capellino