Visión
¿Acaso fue
en un marco de ilusión,
En el
profundo espejo del deseo,
O fue
divina y simplemente en vida
Que yo te
vi velar mi sueño la otra noche?
En mi
alcoba agrandada de soledad y miedo,
Taciturno a
mi lado apareciste
Como un
hongo gigante, muerto y vivo,
Brotado en
los rincones de las noches
Húmedos de
silencio,
Y
engrasados de sombra y soledad.
Te
inclinabas a mí supremamente,
Como a la
copa de cristal de un lago
Sobre el
mantel de fuego del desierto;
Te inclinabas a mí, como un enfermo
De la vida a los opios infalibles
Y a las vendas de piedra de la Muerte;
Te inclinabas a mí como el creyente
A la oblea de cielo de la hostia...
-Gota de nieve con sabor de
estrellas
Que alimenta los lirios de la Carne,
Chispa de Dios que estrella los espíritus-.
Te inclinabas a mí como el gran sauce
De la Melancolía
A las hondas lagunas del silencio;
Te inclinabas a mí como la torre
De mármol del Orgullo,
Minada por un monstruo de tristeza,
A la hermana solemne de su sombra...
Te inclinabas a mí como si fuera
Mi cuerpo la inicial de tu destino
En la página oscura de mi lecho;
Te inclinabas a mí como al milagro
De una ventana abierta al más allá.
¡Y te inclinabas más que todo eso!
Y era mi mirada una culebra
Apuntada entre zarzas de pestañas,
Al cisne reverente de tu cuerpo.
Y era mi deseo una culebra
Glisando entre los riscos de la sombra
A la estatua de lirios de tu cuerpo!
Tú te inclinabas más y más... y tanto,
Y tanto te inclinaste,
Que mis flores eróticas son dobles,
Y mi estrella es más grande desde entonces.
Toda tu vida se imprimió en mi vida...
Yo esperaba suspensa el aletazo
Del abrazo magnífico; un abrazo
De cuatro brazos que la gloria viste
De fiebre y de milagro, será un vuelo!
Y pueden ser los hechizados brazos
Cuatro raíces de una raza nueva:
Y esperaba suspensa el aletazo
Del abrazo magnífico...
¡Y cuando,
te abrí los ojos como un alma, vi
Que te hacías atrás y te envolvías
En yo no sé qué pliegue inmenso de la sombra!
SOLDADO ARGENTINO
Tal vez murió de frente,
sin demora.
O quizás sólo cerró los ojos
y el viento helado, de mucho tiritar,
le congeló el suspiro entre los dientes.
Ya no lloró.
Fue evaporando el miedo que pesaba
mas que el fusil
sobre su espalda provinciana.
¿Qué grito agonizó en su garganta?
¿Por quien clamó su voz,
liviana y única,
en la tarde sin sol del archipiélago?
Tal vez murió de frente,
o quizás de perfil como el Camborio.
Sin embargo
ningún angel marchoso sostuvo su cabeza.
Nadie encendió un candil
en el crepúsculo de la tierra perdida.
Nadie, nadie de nadie,
pudo velar su muerte adolescente.
© Teresa Gómez
qué tristeza esa muerte! y de qué manera intensa, sentida es tu ofrenda! gracias! susana zazzetti.
ResponderEliminarGracias Susana por tu comentario! Teresa Gomez
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