3/6/20

Clara del Carmen Guillén recuerda a Eraclio Zepeda



ASELA 

Eres la mar profunda habitada de sorpresas: hay peces extraños en tu vientre, sueños de marina en la baranda, viejos navíos sepultados en el fondo.
En el centro que vibra con las olas guardadas un nido brutal de tiburones, una perla que se agita entre mis labios, un banco de coral bajo el delirio.
Tú eres el mar con alegres bocanadas, arenas que me cubren en la playa y algas que en mis puños se derraman.
Tú eres la mar: me hundo en tus regiones, adentro, construyo, te alabo,
Hosanna! ¡Hosanna!
Sobre el puente me instalo con un salto,
me lanzo a la aventura por poniente,
transformo este paisaje con abrazos,
sé de océanos ayer tan sólo presentidos,
capeo temporales que muerden a la borda,
la fanfarria de tu falda izo en el mástil.
Sobre tu cuerpo navego lontananzas.
Silba un viento extraño en tu cabello.
Tus senos tienen un lejano sabor a continente.
Me hablas de lugares: por tus dientes
me entero de archipiélagos que se allegan
al discurso del mar, como vocales.
Cartógrafo del sueño y la vigilia
en tus pezones trazo la deriva.
Rosa alborotada de los vientos
calculas derroteros al sextante.
Baja estrella polar que me conduce.
Constelación de Tauro entre los muslos
te descubro religioso a cada noche.
Los límpidos rastros del compás
te marcan círculos negros en las ingles,
tinta china en las axilas,
arcos perfectos en los ojos profundos.
Atlas universal del gozo eres, amada:
te poseo en forma semejante a la del potro.
Forma planetaria el cuerpo: la tierra
es alta y esbelta, con abras de cobre
en los dédalos polares y una cálida ternura
en el capricornio acariciado.
Visión que se levanta de las olas,
el grito jubiloso del vigía,
continente anunciado por un ave,
las palmeras reventando una bengala,
un olor costanero en las narinas.
Viene el viento terral que hincha el velamen.
Espuma a punto de ser piedra,
has emergido como una isla
que hiciera hervir la sal del mar.
Tierra para fundar la casa,
piedra sobre la cual edificarme,
traza de una ciudad futura
llevas en los flancos,
anuncio de un pueblo por venir.
Ya no puedes partir, eres la tierra.
En ti todo misterio tiene acomodo.
Al idioma son inhóspitas tus eras,
a tu corazón se me queda amarrada la sintaxis.
Por tus ojos me lanzo en pos de los sucesos.
Inicio una observancia de prodigios,
una común visión de los metales
y una clara embriaguez me sube al punto.
De tus ojos planetarios vengo y voy a los asombros.
A través de tu mirada contemplo el silbo
que del árbol se desprende.
Toda tú eres a mi cuerpo la pupila.
Alegría vendaval en tu cintura
me señalas territorios y marismas,
días que se granan en próximas mazorcas.
En ti poseo a todas las criaturas.
Te me tornas en figuras y animales.
Creo que eres el barro original
del que emergieron todos los objetos.
Me derrumbo en tu vientre de líquidos soportes.
Me enamoro de tus pies y tus cabellos,
de tus flancos marinos me enamoro.
Mi nombre es inquilino de tu boca
y tu boca se me queda entre los dientes.
La furia del amor yo te derramo, me derramas.
Entre mis manos tu entraña se madura,
te rompe las medidas el verano,
te crece la cintura como Junio.
Me obligas a crecer también con esto.
Me acostumbras al mundo cuando callas;
cuando callas me entregas continentes.
Con la cabeza descansando entre tus senos
esparzo la mirada por ciudades,
por talleres distantes a las manos,
por campos encarnados de trigos y pezuñas,
por altos picos de soleados pinos,
por el valle extenso
bajo el ala en vuelo del milano.
Recluta del prodigio
me ofreces con tus pechos el planeta.
Mi estatura por tu valle reverdece y se despliega,
por tu talle hasta el sol se desarrolla.
Déjame crecer los frutos sementales,
las constelaciones vibrantes como hormigas:
inicio un rotar de oníricas elipses,
una palada de cal que me duplica,
un cometa de luz en que me ovillo.
Tiempo de barbecho es tu costado,
aclaración de voz y grito extenso, tu garganta.
Hay algo en ti que no es de nadie,
que te marca y te anuncia en las esquinas.
Hay algo en ti que se derrama por tu falda
y siembra siemprevivas en la acera.
Hay algo en ti que hace deletrear tu nombre,
que me lanza por las calles a buscarle de repente.
Hay algo en ti que yo me aprendo.
Llenándole la casa, abriéndome los ojos
vas y vienes por el día.
Me colmo de quietud
con tu presencia de alegres ventanales.
Te amo sencillamente y una piel de marejadas
me revienta entre los dedos.
La soledad entonces no es más que una palabra rota.
Sé de una paz que viene a aletearte en las axilas.
Te mueves por mis cuartos alumbrado pequeñas pertenencias,
me acomodas los libros por edades,
la mesa que tengo tan llena de caballos;
orientas la finalidad de mis papeles,
restiras las praderas de mi lecho,
me llamas para el pan y la sal que me has dispuesto. Alada, aleteas alrededor de la casa
y alrededor de la mesa.
Me entusiasma tu presencia en mis lugares,
tus descubrimientos de mi ropa vieja,
el retrato de un perro que murió
a los ocho años de mi edad,
una piedra que recogí no podría explicar por qué
y mi asombro de niño por las más leves
movimientos del fuego.
Todo lo contemplas y asimilas,
me hurgas por adentro y yo te entiendo.
Calculo tus pisadas por mis venas,
por la sala, mis pupilas,
el calor estival de tus espaldas
y la cálida sobra de tu vientre.
Te recuero antigua, desde siempre, desde allá
donde una vaca muge en los olanes del alba.
Contigo, amada, vengo y voy
del calendario a tu cintura.
Dormir a tu lado es ponerse a masticar augurios,
levantar la persiana que ciega el equinoccio,
convertirse en ala mucho antes de ser pluma.
Dormir a tu lado es desandar lo conocido,
regresar hacia lo hondo,
ir encontrando las señales dejadas en los meses,
hacia el viento que sostuvo mi interés del árbol.
En mis brazos te construyo y te derribo.
Te invento aptitudes y problemas.
Te habito los ojos en la risa y la risa
te habito con sucesos.
Te abono los nocturnos con semillas.
Eres pila bautismal de mis encuentros.
Te entrego diariamente un nombre nuevo.
Nos hundimos en la sal de las olas sucesivas
y aparezco ante tus muslos transformado.
¡Qué proyecto de asombro constituyes!
Este amor tiene más furias que el mar.

© Eraclio Zepeda (1937-2015)





Caso “X”                                            
                                               
                                                                            
                  “Pero hace tanta soledad                                                                           
                que las palabras se suicidan”                                                                                      
                      Alejandra Pizarnik

Ser un número más en la estadística, 
sin nombre, 
sin camino, 
sin recodo de sueños. 
Así el final, con su principio adverso: 
la semilla cayó, envuelta en la confianza, 
en la incredulidad que desafía, extendió sus raíces virulentas. 
¿Qué salva del olvido a quien cruzó el umbral? 
¿Qué fulminó sin tregua su sonrisa? 
¿De quién será el dolor por la partida si se omite su nombre, 
fardo en que se convierte la memoria, 
que indica solamente el caso “X”? 
Ese juicio sumario del destino puesto en la balanza 
para la encrucijada de la muerte.


© Clara del Carmen Guillén

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2 comentarios:

Anonymous Clara del Carmen Guillén ha dicho...

El gran poema Asela, de Eraclio Zepeda, gran narrador mexicano, de Chiapas, merece ser compartido. Él escribió mayormente narrativa, pero su poética estuvo siempre presente en su obra, co
n gran altura.

6 de junio de 2020, 20:20  
Blogger Adela ha dicho...

No conocía poesía de Zepeda. Nueva luz para mi. Por suerte ya muchos casos X, se están develando...BELLO POEMA!

16 de junio de 2020, 9:45  

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