“Autorretrato
con peces y mariscos”
Antes de
que todo desaparezca
escribo con
el viento que sopla sobre el cerdo y la rata
y ciertos
huesos desnudos entre las hojas saltarinas. Con palabras
dirigidas a
gente que no existe.
Enrique
Molina, “Tarea inclemente”
El latido
de mi patria en las langostas debajo del demasiado
sol sin
errores; la Osa mayor que al repetirse me denuncia
en el largo
crujido de la lluvia. La espuma de ese mismo latido
llena de
pisadas, como las de quien regresa a dejar a sus muertos.
Sin repetir
mi única alabanza me doy a beber leche con vainilla
en mi única
casa, un continente del que sólo conozco gatos callejeros
que
brillan. Sus cuerpos brillan bajo la lluvia y yo repito
la imagen
anterior una y otra vez: el cuerpo de mi país alimentado
por la
exquisita turgencia de atunes y mariscos.
Mi cuerpo y
el cuerpo de ellos se vuelven apagados por erráticos
y los
fósforos no nos encienden por estos días.
Negro --en
otro paisaje sin iluminar lleno de sal--, se impone
mi gesto
amable. Me satisface haberlo abierto y curado
debajo del
sol, sin demasiados amigos viendo, opinando.
Plantas
carnívoras mojadas por goterones de azufre:
allí
encontré mi insensato romance, mi cobardía,
mi carnet
de joven comunista olvidado entre las flores de vicaria
y hubiera
pedido socorro y hubiera cantado entre sollozos
y mordiscos
mal aprendidos.
Oh país de
los mariscos, oh sol, oh cielo azul sin nubes,
Oh país de
las murallas y las casas con guardavecinos,
casas
repetidas como tumbas y medias de seda negras.
Qué lástima
--me dije-- así con el sol ardiendo:
parezco un
pájaro en su velatorio sin nido ni adherencias, sin migajas.
Quiero irme
pronto como siempre me voy, a las corridas
como una
acróbata que se abraza a su cuerda floja
después de
los chiflidos.
No me veré
agazapada mascullando nunca más;
voy a ser
una luz encendida en la terraza, una cascada,
una begonia
despegada para siempre, abierta, sin pesadillas.
Voy a ser
hoy de naturaleza fallida, inmunda. Incluso
hombres
minúsculos atravesados por la grasa oculta de la carne magra
y la
perplejidad de la pena; mujeres minúsculas.
Ni siquiera
un gato me he de llevar bajo este sol de junio a mi casa.
Qué
fosforescencia en tu mirada. Cómo se puede
odiar tan
poco y hundir este episodio en una lágrima
endulzada
de fuego y maleficio.
El latido
de mi patria en las langostas y en ese resto de peces
atrapados y
vendidos sin previo aviso.
El latido
de mi corazón encerrado, debajo del abrigo
que tejió
una mañana de sol sin nubes, mi abuela, mi abuela, mi abuela.
En ese
latido aparecen mis muñecas, mi abuelo y mi padre
aprendiendo
la misma frase y olvidándola; y al detenerse
sin
respiro, el viento se los lleva a todos, el viento
que empolva
y deteriora mi sarcasmo.
© Nara Mansur Cao
Poema gigante! qué talento por favor! Me conmueve y me ofrece evocaciones, olores, nostalgias de playas, celebraciones culinarias, sabores esplendentes. Pero por sobre todo, se yergue como una sombra fiel al epígrafe elegido, las potentes palabras del gran surrealista Enrique Molina. Felicitaciones! Salud! Alfredo Lemon desde Córdoba, Argentina
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