Poema de María Ángeles Pérez López
La mujer se
pinta el cuerpo de azafrán
tras la
maceración de los dolores.
El tiempo
ha liberado su tanino,
la piedra y
la madera se volvieron
espuma
microscópica y febril
que subió
como hiedra por los arcos
con que la
plaza inventa las alturas
y se abre
con vehemencia a la ventisca.
También en
la mujer penetra el viento
por todas
las esquinas, medallones
que se
colgó con rabia en la solapa
mientras pintaba
en ella y sus maletas
de pronto
coloreadas de marrón
o de rojo
sombrío por las tardes,
el brandy
que dormita en las barricas
y suelta
sus antojos y su edad.
Sobre los
muslos altos y dorsales
de arenisca
soñando en remolinos,
la mujer
traza un mapa de isobaras
con que
vienen la luz y los naufragios,
el día y
sus clausuras, su cantera,
los troncos
que el Pacífico retorna
con un amor
furioso e impaciente.
También los
otros mares depositan
en ella y
en su vientre mineral
como una
plaza grande y porticada
el corazón
mismísimo del tiempo
por su
estigma de brote, insensatez
de azafrán
o de especias amarillas
con que
inventar el júbilo y el sol.
© María Ángeles Pérez López
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