10/1/20

Poema de Gabriel Chávez Casazola




Haydeé

Uno se mata porque un amor, cualquier amor, nos revela
nuestra desnudez, nuestra miseria, nuestro desamparo, la nada
Cesare Pavese 

En aquella época en que nos conocimos usted pintaba el altiplano
con colores intensos, sorprendentes.
No recurría a los ocres habituales, a la paleta del viento.
Volcaba rojos poderosos, amarillos, anaranjados, violetas,
el cuadro como un puesto de frutas
el domingo en el mercado de un pueblo.
Todo lo pintaba con esos colores: el paisaje, los camiones,
la gente, las casas, el camino abierto
hacia la nada o el todo.
Y sin embargo, pese al calor de los colores, uno sentía
que estaba allí, en medio de la puna,
entre un frío acerado, mirando nada más ese camino,
escuchando –¿por qué?- una música alegre, no un lamento.

En aquella época en que nos conocimos usted pintaba el altiplano
y leía La lujuria de vivir.
Le habían dicho que estaba enferma, que la paleta, que el olor
de la trementina, que cosas inexpresables,
que se dejara de pintar para sanarse de una vez por todas
y usted, entre cocinar y fregar platos, leyendo ese libro
seguramente pensaba en aquel otro pintor
enfermo, incomprendido, recuperando en Arles y pintando
con colores insólitos,
cayendo
en la miseria, en la turbación, en la lujuria de dejarse morir
abrumado por la vida sencilla.

Pero usted no se dejaba morir.  Era yo,
que en aquella época en que nos conocimos, mientras
su mano pintaba con colores intensos,
sorprendentes,
quería matarme por una mujer mientras otra mujer
quería matarse por mí, todo un pobre estúpido al que usted,
mi Theo entonces, socorrió con sopas de papa lisa y marraquetas
también inexpresables.

Cómo recuerdo los colores de sus cuadros.
Esos rojos poderosos, amarillos, anaranjados, violetas,
el cuadro como un puesto de frutas el domingo en el mercado de un pueblo.
Era, decían, la paleta de la enfermedad.
Usted y yo sabíamos que no.
Que era la paleta de la memoria que no olvidaba
cómo eran las cosas verdaderas cuando eran verdaderas,
la paleta de la vida sencilla, abrumadora,
a la que usted me recuperó
mientras la enfermedad se la iba llevando por un camino
anaranjado, con una caldera en la mano,
y yo comenzaba a saber que un día usted se perdería
dentro de los pueblos en domingo de uno de sus cuadros
para no salir más, por cosas inexpresables
bajo una música alegre y no el lamento del yaraví.

© Gabriel Chávez Casazola

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3 comentarios:

Blogger Adela ha dicho...

Una historia de vidas diferentes en realidades... Me encantó

13 de enero de 2020, 23:28  
Anonymous Anónimo ha dicho...

no es fàcil hacer poemas narrativos y mantener el ritmo del mismo, de modo que esun gran logro de Gabriel la obra, ademàs esta bien traida la alusiòn al maestro del impresionismo trascendiendolo y encarnandolo casi. muy bien.
Walter Mondragòn

18 de enero de 2020, 20:31  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Excelente Gabriel, me atrapó la historia, y llevada poeticamente es un vendaval cautivante. Francamente gracias por compartirlo.

Cristian Jesús Gentile

31 de enero de 2020, 2:03  

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