Si alguna
vez intentaste tocar su rostro, y no cualquier rostro ni de cualquier manera
sino el rostro amado, debe ser bajo la lluvia o en la penumbra callada de una
almohada. Y si ella por ejemplo toca un instrumento, te hará hoyos de música en
cada lugar donde apoye sus dedos; y si vos supiste de bocetos y arcillas en
ideas locas de búsqueda, vas a encontrar a cada palmo la magia del volumen de
su cuerpo húmedo. Pero si realmente querés tocar su rostro; y quiero decir de
verdad tocarlo, tiene que ser muy cerca y con los ojos. Tiene que haber nada de
distancia y observar cómo sus pestañas se dibujan sobre los pómulos. Tienen que
lamerse los ojos como perros enamorados, hasta acabarse en círculos perfectos o
puertas infinitas. Debe haber chocolate en los bordes de su boca como luz en la
cresta de una ola. Y vas estar tocando su rostro sin sentir las manos, te vas a
perder.
Y si una tormenta, rayo o vileza te mata
después, será de pie. Y no será bajo la esclavitud de la soledad. Porque aún
con los hombros escarlata y el cuerpo sucio y golpeado, y en las antípodas de
cualquier épica pretendida, en el puño tendrás apretado un pañuelo cargado de amor.
© Leonardo Vinci
Aplausos, Poeta!!
ResponderEliminarBellísimo poema. Saludos Isabel Llorca Bosco
ResponderEliminarEn la sombra me pusiste.
ResponderEliminarEn la sombra voy muriendo.
En la sombra voy sintiendo...
lo mucho que me ofreciste.
Emilio.