1984.
La
distancia entre Ramiro y Ana
despliega
la amplitud
del vacío.
El teléfono
del almacén,
naranja
como un pez enfurecido,
traga
cospeles y no funciona nunca.
El sargento
dice que es
de flojos
necesitar
oír
la
respiración de quien se ama.
Por eso Ana
junta la
esperanza,
mientras
Ramiro
cumple una
orden,
y hace
cuerpo a tierra
ciento
cincuenta veces
sobre el
barro frío de la madrugada.
© Valeria Pariso
Nada que hacer... qué maravilla!
ResponderEliminarBello!
ResponderEliminarFlora levi
ResponderEliminarMagnífico poema.
Un abrazo,
Alicia Márquez