20/2/19

Poema de Lidia Vinciguerra



Me siento tan solitariamente sola sin la voz de mis hijos. 
Si acaso esa soledad me atravesara, 
sería capaz de perderme en el mundo. 
Y hasta en las cocinas que nutren panes y cebollas. 
Vagaría la soledad también en el cuarto de los recuerdos 
y si en el día de los credos aún no han cantado, 
si no han dejado su murmullo en mi frente 
y si todavía no he notado 
ese ir y volver de convincente andar por los clubes 
y teclados y búsquedas en Internet 
amaría, como amo, los mensajes de sms y los email 
la música alta y sus miradas de ojos a ojos. 
Claro que el siglo contrae el tiempo de padres e hijos. 
Este escrito fechado en la segunda década de un siglo 
en donde el mundo pronuncia su destino 
de horizonte y vaga dudoso, 
entonces será también incierto que alcancen a leer, 
mis hijos, 
este boceto de melancolía. 
Pero con diez minutos de sus voces que amparan 
una soledad poblada de panes con verdines 
y cebollas con raíces tardías, 
se volvería menos austral. 
Esta madre, se quitaría entonces los trajes 
que alivian del frío, 
con sólo diez minutos de sus voces.

Esta madre, se apagará algún día 
trasvasada por canciones 
de un coro de voces de hijos en la cocina, 
amasando panes en diez minutos, 
entre abrazos de diez minutos 
y cortando cebollas que atraen lágrimas, porque sí.

Y pensar que esta imagen de soledad, 
finalmente, canta en diez minutos 
una mitología de saudades.

                                    A mis hijos, por supuesto


© Lidia Vinciguerra

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