Texto de Sonia Quevedo
COMO TODAS LAS NOCHES
Como todas las noches llega el hombre, se sienta en la silla
del corredor de adentro, el del patio del centro de la casa, el del azahar de
la india.
Saluda a la abuela que aplancha camisas con almidón de yuca;
recibe el café y empieza como de costumbre a contar sobre brujas y fantasmas,
sus historias de siempre, largas, cargadas de emoción y humedades.
Separa las piernas para sentarse como lo hacen los hombres
extendiendo un poco más la ruana hasta cubrir los tobillos y a la niña, que
acerca despacio hasta tenerla entre ellas (sus piernas) apretando de apoco su
fragilidad tan tierna como si fuese demostración de afecto; la abuela asiente.
Sorbo a sorbo y lento termina el café, se estremece dando
fin a las historias y al acto.
Sumida en un silencio infinito se aleja la niña con el temor
de siempre y sin entender, nada dice, tan solo presiente que algo pasa.
A todas estas, las más pequeñas se encuentran sentadas
debajo de la mesa en medio de perros y gatos esperando, asustadas y curiosas el
fin aterrador de las historias.
Se estremece la niña, siente correr por sus piernas algo
cálido, viscoso y fastidioso; temerosa ante de lo desconocido, llega hasta su
habitación oscura, se mete bajo las cobijas…
suspira; la abuela nada dice, nada sabe, nada ve… nada importa.
Acuesta a las tres más pequeñas, se despide del hombre y lo
invita a tomar su café a la siguiente noche.
El hombre siente, se levanta, sonríe y se despide como todas
las noches levantando el sombrero.
© Sonia Quevedo
2 comentarios:
Gracias Gus por publicar este texto. Va mi abrazo.
¡Cuanta tristeza! Los menos humano es el ser. Abrazo querida amiga.
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