AJEDREZ
No es azar si te toca siempre el peón negro. Es una
fatalidad, como el amor. Por eso nunca moviste primero.
Son las reglas de un juego que da ventajas al más
inteligente.
Cuando uno ataca, el otro se defiende. Cuando uno avanza, el
otro, retrocede. En cada descuido una pérdida brutal.
Es la ingenuidad de tus peones lo que ha hecho que cayeran
uno por uno. Después los alfiles.Y con ellos, tu confianza. La desesperación te
lleva a poner en juego los caballos, sin medir las consecuencias.
Es la vorágine de la vida en un campo de batalla. Se decide
sobre la marcha.
Tu parte animal, diezmada. La integridad, en endechas. Has
jurado defender la dama hasta las últimas consecuencias; jamás abandonarla.
Antes, muerto.
Pero qué esperabas: tus filas abatidas; tu reino en llamas;
la terquedad de defender lo indefendble; el orgullo de elegir siempre morir de
pie. La decisión equivocada, las sospechas.
Ella se fue mucho antes que cedieran tus murallas. Huyó,
como las ratas, entre las ratas de las cloacas del palacio.
Escapó a tiempo...
Ahora estás cercado por los días. Un último enroque te
permitió sobrevivir protegido entre dos torres, en el único cubículo posible.
Una de ellas deja entrar el sol en las mañanas.
Estás tramando algo con lo poco que salvaste: papel y lápiz;
y algunas palabras importantes.
Afuera, el enemigo ha montado una atalaya. En lo más alto,
tu reloj.
Adentro, dos opciones: seguir escribiendo, y que revienten.
O salirte del tablero.
© Pablo Del Corro
Me gustó seguir el poema despacio, el amor y el ajedrez, buenas comparaciones.
ResponderEliminarUn abrazo
Betty
Gran poema, fuerte visión de lo vivido.
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