Miriam
Alzaba al cielo mi lealtad
desnuda.
Elogiaba tus obras.
Celebraba el acto medular de tu
doctrina.
Bendecía el contorno de ese nombre
que no puede ajustarse a la palabra.
Danzaba sobre el polvo de la
ausencia al ritmo de sonajas y panderos
exaltando promesas ancestrales
con la misma alegría,
el mismo fuego,
las mismas contundentes
esperanzas.
Pero tu amor fue siempre
antojadizo.
Escogiste la ofrenda de mi
hermano.
Te complacía el humo de la hoguera
con que Aarón pronunciaba
en el ocaso
el adusto ritual de su alabanza.
Al pie del monte Horeb,
junto a las zarzas y las enormes
moles de granito
cuando andaban las tribus
traicionando preceptos de rabinos y levitas
desde el ceremonial de las
infamias,
castigaste mis celos con la lepra
que socava la carne,
que segrega,
que consume con lenguas de ceniza,
que prohibe habitar entre los
puros a los mortificados con las llagas.
Éscupiste en mi rostro tu
desprecio sólo por murmurar contra mi hermano
y la pena no ha sido razonable.
Siete veces multiplicaste
infiernos con andrajos de pieles putrefactas.
Fustigar a las hembras,
humillarlas,
disciplinar su espíritu atrevido,
recluir sus voces,
ocultar sus rostros,
proscribirle alfabetos,
dignidades,
con vigilias de hombría
empalizada,
¿te hará mejor que el resto de los
dioses?
Yo he sido el instrumento de tu
gloria,
protectora del niño que elegiste
como liberador de los hebreos.
Yo soy Miriam, custodia de la
alianza.
¿Qué más quieres de mí?
¿Qué es lo que quieres?
¿Cuándo serán amadas las mujeres
por la nobleza de sus intenciones
y no por la observancia de los códigos
que las expulsan
siempre
de tu gracia?
© Norma Segades
Impecable Norma, gracias!
ResponderEliminarQuerida poeta Norma: Te felicito por este logrado poema tan original tuyo.
ResponderEliminarUn abrazo
Xenia