20/6/25

Romina R. Silva comparte a Funes/Lamí/Vilano

 


Puente al sol

 

Voy entrando

el paisaje del cuadro se abre

luego cierra sus alas luminosas

transito sobre el campo dorado de trigo

 

en el maravilloso silencio

bebo el milagro de este liviano andar

el pasado es devorado por la grave voz del corazón

y sobre el suelo limpio

sigo caminando como si volara un vuelo bajo

 

por momentos sólo campo y trigo

la felicidad en los brazos vacíos de mi cuerpo

sin entender mi sangre que aquí

todo es luz y calma

 

camino y camino

alguien así lo ha decidido

alguien lo hizo por mi

 

luego el cielo

con su avarienta pasión desnudándose en la tarde

hasta que todo muere

y ya no hay campo

ya no hay trigo

 

mi cabeza sobre las piedras

las moscas jodiendo otra vez

mientras suena seco el parche

y esa voz rasguña la pena como un lamento

 

¿Despiertas o te duermes?

dice la voz

ya no lo sé y tampoco me interesa

ya no sé si es sueño o realidad

luz o sombra

 

sangran mis ojos

con pequeños cristales incrustados

me rompo y nunca muero

el castigo es hoy

es siempre y es todo

 

quizá el secreto

el antídoto

sea ese caminar

sea volar

chocar

romperlos a todos y a todo

sin importar nada

y cuando perciba sus miradas y su rabia en mi espalda

cruzaré el largo puente hacia el sol.

 

© Augusto Tomás Funes



Portal

 

¡Me sumergí en el amoroso portal de un adiós!

 

Ecos dispersos de bisturí me decían:

Ven, ven, despójate de tu pecho,

de tu cuerpo, ven,

vamos a remendar al viejo corazón

 

Detuve mi vuelo de mariposa,

mis alas

se hicieron nubes voluptuosas

 

Las luces brillantes de un quirófano,

se posaron sobre el miedo

llevándose mis arabescas miradas perdidas.

 

© Cecilia Lamí


 

La casa fantasma

 

Que me agarren, que me agarren, que me agarren si pueden ir más rápido que mis fantasmas.

Viajando a la casa fantasma, no tenemos miedo.

Armando la casa fantasma.

Oigo, yo ya no creo en lo que me decís.

 

Antes el árbol no tenía tronco firme y creía con alegría de niño viendo el mar.

Estamos desamorados, como el jabón que se cae siempre al piso, enojado,

con berrinches que no hay en la casa fantasma.

 

La niebla ama mis paredes de enredaderas, bordea mi hogar,

huelo niebla de un sabor insulso.

Me quedé sólo en mi casa,

se volvió una casa fantasma.

Ahora huele a escaso aroma de menta, pirañas...

Tiemblan los cables de los alargues.

Me despierto apoyado en el teclado.

Abrí un vino.

 

Camino en la casa fantasma,

no quedó ni el perro.

Llorando en la casa fantasma,

te acercás a pedirme lo que no quiero darte a vos.

Las cosas de mi padre no aceptan los fantasmas, pero sí tienen miedo.

Eco en la casa fantasma.

Mis hijos duermen calentitos entre dulzura de madre contenta.

 

Me cae la noche encima,

como un velo sin estrellas que no quieren que les reste su energía.

Esa del sexo. Esa de...

 

Mi madre habla,

no tiene la lengua seca como un gato.

Esta casa tiembla pero nadie tiene miedo.

Esperan palabras que ahuyenten fantasmas y me gusta verlos asustarse.

 

¡Agárrenme, que me agarren, que me agarren!

Corro más rápido que mis fantasmas.

Igualmente siempre me encuentran,

se agarran de mis orejas y están dentro de mí.

 

Nunca usás el miedo para callar.

Ese miedo de cerrar ventanas, persianas y cortinas.

Ese miedo de niño perdido.

Ese miedo de entrar a la casa fantasma,

donde vuelan los ladrillos solo para espantarte.

 

Escucho el eco de mi casa fantasma

y veo a mis hijos en sombras,

rajando hacia lo oscuro y desaparecen.

Se fueron con la madre.

Se fueron, repito.

Nadie se fue.

No había fantasmas en esta casa.

Este siglo sin ojos para verlos.

Siento que la casa es fantasma.

 

La bruja de la vuelta no se atreve a reunirnos en la casa fantasma.

El chamán se enreda entre mis paredes de enredaderas

que lo atan y lo absorben.

 

Quedé sin el perro,

con el eco de mí mismo.

Entre mis pasos sin otro taco que me busque.

Mis mantas están heladas de la noche sobre ellas,

con la niebla metida debajo de las colchas.

Me animo a abrirme

y el miedo no lo pienso,

ni lo siento.

 

© Daniel Vilano

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