Romina R. Silva comparte a Funes/Lamí/Vilano
Puente al sol
Voy entrando
el paisaje del cuadro se abre
luego cierra sus alas luminosas
transito sobre el campo dorado de trigo
en el maravilloso silencio
bebo el milagro de este liviano andar
el pasado es devorado por la grave voz del corazón
y sobre el suelo limpio
sigo caminando como si volara un vuelo bajo
por momentos sólo campo y trigo
la felicidad en los brazos vacíos de mi cuerpo
sin entender mi sangre que aquí
todo es luz y calma
camino y camino
alguien así lo ha decidido
alguien lo hizo por mi
luego el cielo
con su avarienta pasión desnudándose en la tarde
hasta que todo muere
y ya no hay campo
ya no hay trigo
mi cabeza sobre las piedras
las moscas jodiendo otra vez
mientras suena seco el parche
y esa voz rasguña la pena como un lamento
¿Despiertas o te duermes?
dice la voz
ya no lo sé y tampoco me interesa
ya no sé si es sueño o realidad
luz o sombra
sangran mis ojos
con pequeños cristales incrustados
me rompo y nunca muero
el castigo es hoy
es siempre y es todo
quizá el secreto
el antídoto
sea ese caminar
sea volar
chocar
romperlos a todos y a todo
sin importar nada
y cuando perciba sus miradas y su rabia en mi espalda
cruzaré el largo puente hacia el sol.
© Augusto Tomás Funes
Portal
¡Me sumergí en el amoroso portal de un adiós!
Ecos dispersos de bisturí me decían:
Ven, ven, despójate de tu pecho,
de tu cuerpo, ven,
vamos a remendar al viejo corazón
Detuve mi vuelo de mariposa,
mis alas
se hicieron nubes voluptuosas
Las luces brillantes de un quirófano,
se posaron sobre el miedo
llevándose mis arabescas miradas perdidas.
© Cecilia Lamí
La casa fantasma
Que me agarren, que me agarren, que me agarren si pueden ir
más rápido que mis fantasmas.
Viajando a la casa fantasma, no tenemos miedo.
Armando la casa fantasma.
Oigo, yo ya no creo en lo que me decís.
Antes el árbol no tenía tronco firme y creía con alegría de
niño viendo el mar.
Estamos desamorados, como el jabón que se cae siempre al
piso, enojado,
con berrinches que no hay en la casa fantasma.
La niebla ama mis paredes de enredaderas, bordea mi hogar,
huelo niebla de un sabor insulso.
Me quedé sólo en mi casa,
se volvió una casa fantasma.
Ahora huele a escaso aroma de menta, pirañas...
Tiemblan los cables de los alargues.
Me despierto apoyado en el teclado.
Abrí un vino.
Camino en la casa fantasma,
no quedó ni el perro.
Llorando en la casa fantasma,
te acercás a pedirme lo que no quiero darte a vos.
Las cosas de mi padre no aceptan los fantasmas, pero sí
tienen miedo.
Eco en la casa fantasma.
Mis hijos duermen calentitos entre dulzura de madre
contenta.
Me cae la noche encima,
como un velo sin estrellas que no quieren que les reste su
energía.
Esa del sexo. Esa de...
Mi madre habla,
no tiene la lengua seca como un gato.
Esta casa tiembla pero nadie tiene miedo.
Esperan palabras que ahuyenten fantasmas y me gusta verlos
asustarse.
¡Agárrenme, que me agarren, que me agarren!
Corro más rápido que mis fantasmas.
Igualmente siempre me encuentran,
se agarran de mis orejas y están dentro de mí.
Nunca usás el miedo para callar.
Ese miedo de cerrar ventanas, persianas y cortinas.
Ese miedo de niño perdido.
Ese miedo de entrar a la casa fantasma,
donde vuelan los ladrillos solo para espantarte.
Escucho el eco de mi casa fantasma
y veo a mis hijos en sombras,
rajando hacia lo oscuro y desaparecen.
Se fueron con la madre.
Se fueron, repito.
Nadie se fue.
No había fantasmas en esta casa.
Este siglo sin ojos para verlos.
Siento que la casa es fantasma.
La bruja de la vuelta no se atreve a reunirnos en la casa
fantasma.
El chamán se enreda entre mis paredes de enredaderas
que lo atan y lo absorben.
Quedé sin el perro,
con el eco de mí mismo.
Entre mis pasos sin otro taco que me busque.
Mis mantas están heladas de la noche sobre ellas,
con la niebla metida debajo de las colchas.
Me animo a abrirme
y el miedo no lo pienso,
ni lo siento.
© Daniel Vilano
Etiquetas: Romina R. Silva
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