Alicia Albanesi comparte a López/Jara
Desayunar coca cola
A los 8 años me parecía espectacular
cuando un chico en brasil lo estaba haciendo
en el buffet del Hotel Playa Itapema
si, una vez fui a un hotel cinco estrellas
casi como si hubiera vivido otra vida
ahí había un chico desayunando coca cola
y no lo pude creer
en ese momento fui consciente de que no podía ser tan fácil
y no por algo de Dios, no por una cuestión de culpa
porque ya me había dado cuenta que no podía ser tan fácil
como querer tomar coca cola en el desayuno
y que tus padres te digan que sí
que no te recomienden que no.
ya me daba cuenta de que ese chico iba a sufrir de más
grande
y que yo también
pero estaba tomando cartas en el asunto
prohibiéndome tomar coca cola en el desayuno
desde ese momento y para siempre.
© Ana López
La mujer del balcón
(Fragmento de un evangelio apócrifo de la intemperie)
Era el momento del día en que las ventanas encienden su
propio sol.
Y ella salió. Como se sale de una caverna, o de una duda.
Se apoyó en la baranda como quien acaricia el filo de una
frontera.
La había llamado.
O quizá no:
la habían llamado los días, las derrotas,
el murmullo del pueblo,
o esa hora exacta en que todo espera que alguien aparezca.
Ahí estaba ella,
no como heroína, no como mártir,
sino como las mujeres que sostienen la historia
mientras los otros escriben el manual.
El balcón no era un decorado.
Era un altar precario.
Una trinchera sin paredes.
Un poema vertical.
Abajo, el mundo seguía su curso de cables y árboles secos.
Arriba, la noche aún no decidía si nacer o esperar.
Ella alzó el brazo.
No fue un saludo.
Fue una señal.
Una invocación.
Una forma de decir: “Estoy. A pesar de todo. Todavía.”
Y durante unos segundos,
una quietud religiosa cayó sobre la ciudad.
Como si alguien hubiera soplado la vela del tiempo.
Hay gestos que no se repiten.
Hay balcones que no son parte de un edificio.
Hay personas que no bajan: se elevan.
Y en su condición arquetípica de mater, en su inoculación de
amor, en su estoicismo, altruismo, coraje, entereza, fortaleza, en su
radicalización memoriosa, está lo que pone por delante, a nosotros el sujeto.
© Mirta Noemí Jara
Etiquetas: Alicia Albanesi
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