Poema de Hugo Francisco Rivella
El silencio se enrosca como una boa de alambre.
Huele a ceniza y a pasto triturado Yo, Padre,
pienso en el niño con delirios de mar, el lago inmóvil en
las manos del ciego.
La cruz pesa como el siglo en estas calles de mujeres
humildes, de gritos y golpes de un campo de exterminio, de cauces desmadrados.
Sólo pájaros rotos anudan la penumbra.
Alguien toma la cruz y me levanta. El hombre carga al hombro
mi propia pesadumbre y acaricia mi frente con sus lágrimas torpes.
Sólo el Hombre me salva de ser solo una sombra.
© Hugo Francisco Rivella
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