2/9/25

Poema de Samuel Amaya

  


Dios sabe que hice arder mi cuerpo

que ardieron los changos del azúcar

los que cambiaron las pilas de mi corazón

que ardió mi papá y su deseo

de que yo fuera el hombre más macho del barrio.

Dios sabe que ardieron las caricias

que recibía a los dieciocho en la oscuridad

las que me daban a cambio de que

abriera mi cuerpo como un paraguas.

Allí, en el fuego, también se fueron

las plegarias viejas donde le pedía

a Dios que sacara de mí la velocidad

de mi deseo y la sed de mis venas.

Ahora entiendo que todo debe arder

que si me enciendo de nuevo

la ceniza sembrará la tierra

y Dios me verá, nuevamente, crear el cuerpo.

 

© Samuel Amaya

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