El verano en las kachakas es lento y sensual. Caderón. Te
lleva de la mano hasta la farra. Y es peligroso mezclar farra con desamor, todo
el mundo sabe eso. Así que bueno: te lloré borracho, en la panza de una
kachaka, abrazado a una conservadora en la Playita de Alberdi. Una luz de
acordeones rústicos es lo último que recuerdo, antes de jurarle al río no
nombrarte nunca más.
© Federico Torres
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