Poema de Alicia Márquez
La carcajada de la Gioconda
Que no pudo ser, porque no se permitía.
Durante siglos, la risa plena, loca y contagiosa
estaba reservada solo a los varoncitos.
Las mujeres debían estar serias, como las modelos
en las pasarelas que no sonríen jamás,
o quizás podían esbozar una sonrisa. Nada más.
Toda risa libre era pecado.
Porque reír y hacer reír era un asunto de hombres.
Ellos distinguían dos clases de risa: la buena y la mala.
La buena, obvio, era la de ellos,
y la mala era de las desvergonzadas, subversivas, locas
y peligrosas mujeres que se atrevían a mostrar los dientes,
histéricas también, para adjetivar como corresponde.
Ya decía Aristóteles, el simpático, que el silencio honraba
a la mujer,
y un poeta, Ovidio, detestaba las carcajadas femeninas
porque
les deformaba la boca.
Decían también, que la risa de los hombres provenía del
cerebro,
y la de las mujeres, del útero. O sea, bajo la risa femenina
se escondía
una devoradora de hombres. Hannibal Lecter versión mujer.
La risa de los hombres, intelectual, la de las mujeres,
sexual.
¡Locas, todas locas!
Las mujeres, sin embargo, se reían. Se reían detrás de los
abanicos,
de los chales,
se reían en la plaza, en los mercados, en el río cuando
lavaban la ropa,
en los castillos, detrás de los pesados cortinados,
se reían para espantar tanta estupidez, tanta realidad
violenta, y al peligro de muerte que acechaba en los partos.
Y se reían a través de la escritura punzante, casi en
secreto,
burlándose del poder masculino.
Después, el tiempo fue acomodando de algún modo, las
tonterías, y el humor fue ganando espacio.
Colette, Virginia Woolf, Annie Leclerc y más acá Niní
Marshall, Lucille Ball y tantas otras que con gracia inigualable nos hicieron
reír.
Por eso, cuando Da Vinci terminó el retrato, la Gioconda le
dijo: ¿Terminaste, Leonardo? Bueno, date vuelta que me voy a reír. ¡Me estuve
aguantando todo este tiempo!
© Alicia Márquez
Etiquetas: Alicia Márquez
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