Una vez pasé unos días
en una casa en medio de un bosque
de noche hacía frío, siempre,
aunque fuera verano.
Me aferré al disfrute
de mirar el cielo estrellado
respirar el aire fresco,
temblar,
desear el calor de la casa
y aun así quedarme afuera.
Observaba los árboles apretados
moverse sin descanso
del otro lado del arroyo.
Cada noche sentí
que algo bajaría con brusca imprudencia
desde lo alto de la pendiente.
Esperé que sucediera
pero no,
las noches transcurrían seguras,
el aire entraba y salía de mí
y aunque yo no era un cuerpo vacío
así parecía al viento.
Una noche, una de las últimas,
confiada ya del bosque,
fundiéndome con un árbol y una piedra,
perdí la conciencia
y quedé suspendida al borde de la silla
entregada a la calma verdadera.
Un decenar de alas negras
emergió debajo de mí,
de la silla
y del piso de madera
elevado a un metro de la tierra.
Deseé esas alas negras para mí
y en la oscuridad
volé
junto a una colonia de murciélagos.
© Cintia Eleonora Ceballos
Sentido y armonioso, tu poema trasmite muy bien aquél recuerdo, esa vivencia...
ResponderEliminarAlfredo Lemon