Sol (Ifwala)
Arrojados a la luz mis ojos descubrieron un
color sin nombre.
Ese resplandor era mortal. El sol lo hacía
más terrible,
y recordé la muerte de la corzuela
enceguecida por el sol.
Alguien escupió mis ojos y la palabra vino
a mí
pero el sol amarilleaba la escena haciendo
todo más terrible:
el polvaderal, la muerte, los insectos.
Entonces recordé a la corzuela y sus saltos
pequeños,
e imaginé sus ojos desafiantes heridos por
la luz.
Entonces imploré, y una corzuela corrió por
mi mirada
centelleando en la oscuridad, herida de
vida,
volviendo a bostezar en el descanso, comida
del jaguar.
Padre Sol, raptor de la hermosa timidez,
de la oculta en el monte,
de la que es sombra furtiva,
de la levedad sin ruido
de la cautiva en tu esplendor,
devuélvenos el misterio de sus pasos,
el misterio del escape imponderable,
el misterio de la huida cuando no hay
dirección,
la velocidad silenciosa de la sobreviviente
en el arenal vuelto
pantano…
Así imploraba en mi ruego,
y por mi ruego el sol fue oculto y la
corzuela descendió,
sutil aparición de la palabra,
gentil expiación, huella en el aire,
capaz de la hermosura bajo la luz terrible.
© Carlos J. Aldazábal
¡Una belleza!Gracias y abrazo, Inés Legarreta.
ResponderEliminarHermoso, Carlos, ¡gracias!
ResponderEliminarCarlos, hermoso poema! Y estamos viendo a esa corzuela y su huella.
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