Las tías mayores eran seres lejanos,
su lugar fue siempre inaccesible.
A veces nos miraban
y sonreían con distancia elegante.
Las más queridas eran las que recordaban
el nombre de alguno de nosotros
y lo arrojaban sobre el paño, como un dado.
La vida era para ellas
aquellos episodios
que llevaban la marca de los muertos,
de cuyos nombres nos legaron los ecos
y algunos objetos
que todavía habitan las casas del presente.
Las tías mayores amaban a sus muertos,
cuando los invocaban
hacían pausas solemnes para que sus
presencias
ocuparan los espacios perdidos.
© Alejandro Méndez
Casariego
Me gustó mucho este poema, gracias por compartir !
ResponderEliminar