DUERMEVELA
Entre las sábanas blancas y solas, te despiertas otro. Tanteas el metal
de la forjada cabecera y vuelves sin nada en la mano borrosa. “Cabecera”,
“mano” aún no son palabras; no hay luz para que las veas. Y entonces remedas
torpemente: No tengo el mando de mi cabeza. Pero quién lo tiene. Buscas, luego,
los cuerpos amados. Ah, sí. Sólo sábanas y espinas. Se aleja el vaso de la
última gota, y tu ropa más fiel te aguarda lejos, en el frío y el pudor.
Duerme, duerme. Hay más despertares antes de la luz.
© Daniel Gayoso
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