Grietas
Un viento helado
entra por debajo de la puerta.
Enrollo un trapo de piso,
lo acomodo y me acuerdo de mi tía.
Recuerdo su parsimonia
para ubicar una madera envuelta en plástico
en la puerta que daba al patio
cubierto de malvones y azaleas.
Ese recurso humilde parecía dar resultado
los días de lluvia:
el agua rebotaba y se deslizaba por el
escalón
y mantenía seco el piso
a nuestros pies.
Mi tía pasó un tercio de su vida
arreglándose la casa
y limpiando telarañas inexistentes del
cielo raso,
sus muebles brillaron siempre
y a cada hilo que se escapaba de la máquina
de coser
lo juntaba con la yema del dedo humedecida
para dejarlo en un manojo caótico
pero compacto
de hebras multicolores
con el que yo jugaba cada vez que la
visitaba.
Este año mi tía se enfermó
y la mujer que la cuida no repasa los
muebles
ni revisa los rincones en busca de hilos
rojos o verdes.
Ya no escucho el traqueteo de la máquina
y tengo miedo de mirar al piso de cemento,
de encontrarlo húmedo
y agrietado.
© Washington Atencio
Recuerdo bello y sentido
ResponderEliminarGraciela Barbero
Precioso, gracias, Irene.
ResponderEliminarBonito del alma. Esa mirada sobre ella la mantendrá viva para siempre.
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