El atardecer tiene una única,
difusa magia.
Mirar con disimulo
a través de las ventanas entreabiertas
y descubrir
alguien mirándose en un espejo oval
acomodándose el peinado o la pollera;
alguien balanceándose levemente
en un sillón hamaca,
sus ojos grises opacados de recuerdos
preguntándose si habrá mañana;
allá, un adolescente enceguecido
por los brillos cruzadas de las pantallas;
alguna desnudez, como una ráfaga;
un bebé llorando en brazos de su madre
a la luz débil, amarillenta de una lámpara
como en un relato de Zola.
Y alguien que soy yo
con mi dolor de cabeza y mis pies fríos
retrocediendo algunos años
y viéndome pasar por calle Francia
atisbando por ventanas entreabiertas.
© Daniel Rafalovich
Hermoso poema. Gracias
ResponderEliminarQué bello poema poeta. ❤️🦋 Graciela Ballesteros
ResponderEliminarLa nostalgia en la belleza de las palabras, felicitaciones, Dani! Abrazo!
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