Cuevas
Aire, ramas mecen,
una avispa vuela zumbona,
algunas moscas.
Lo que la corriente térmica eleva
tiene alas.
Los escucho en el buche de la roca.
Para entrar
mis compañeros de ascenso
se arrastraron seis metros
paralelos al piso
en posición hombre araña.
Del otro lado la amígdala se abre,
hay aire fresco y paisaje.
Antes dimos las ofrendas
al túmulo que custodia.
En la entrada caracoles,
plantas serigrafiadas
con la sal del mar.
Pensé en Moisés cruzando
el lecho seco
el mar comiendo
las colinas de la huida.
El aire huele antiguo
y todo es seco menos
la saliva de la boca.
Dijo el guía que adentro
de esta caverna macho
hay pisadas de dinosaurios.
Se escuchan las voces del grupo
apagadas por la piedra.
Después de un rato los oigo volver.
Vienen cansados, respiran hondo.
Sacaron muchas fotografías.
La otra cueva es femenina.
Se entra a pie y un poco trepando.
Entramos con velas encendidas.
Adentro de la panza no hay nada.
Cuando digo nada quiero decir
que apagamos las velas
y nos detuvimos muteados,
ciegos como murciélagos.
Pulmón mínimo.
Corteza abierta.
Cuando estás in útero estás solo.
Después de un rato salimos.
Descendimos el camino llano.
Cada roca hizo
de contención a los pasos.
Al llegar nos despedimos.
No hay hermandad que dure tanto
pero a veces es preciso
es precioso
recordarla.
© Analía Rita
Giordanino
Muy interesante, gracias, Oreste.
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