De algún modo te acostumbras al hambre como
se cede al frío, casi en la somnolencia de los convalecientes. Y sin embargo
atesoras en la mano una cuchara, una cuchara con la que puedes ver la nube y
tanta lluvia. Por eso, por la sed, a la que llamas horror u holocausto, o
puente astilla o tal vez una flor de óxido y de herrumbre, colocas la cuchara
afuera y te comes el agua a dentelladas y te mojas la boca a la espera del
resquebrajamiento, de la fisura que te ayude a ver, a contemplar más allá de la
lluvia.
© Luis Luna
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