Maga
Su cuerpo amanecía cántaro de arcilla.
Rescoldo de frescura. Toda la mañana andaba pájaro, murmurándole a las plantas
noticias del alto aire. Y una menuda réplica vegetal ascendía como un insecto
hasta la flor.
Al mediodía era paloma. Doblando amables
servilletas, arrullaba con vino oscuro el cristal de un vaso obnubilado. Y el
vaso le transmitía su sueño y su silencioso canto a la garganta.
Por las siestas lagartijeaba entre los
osarios de los abuelos. Desordenaba los huesos, hurgándolos hasta hallar la
médula de algún recuerdo –alimento precioso para un diminuto saurio-.
De tarde era un gajito de enredadera que
aliteraba frases en pentagramas de oro y lapislázuli.
El ocaso la adelgazaba infinitamente. Trazo
melancólico y rebelde, probaba su temple al rojo, al violeta, al gris, al nada.
La noche la enceraba de fósforo en vigilia, hasta que percutía la muerte en la
palabra.
Por último, perdía su rastro en el tiempo,
mientras ella proseguía su ascenso retrospectivo. Muchas noches soñé que nada
buscándola en aguas de un territorio ajeno.
Y a veces desperté antes del alba y la vi
exudando una sustancia misteriosa, con todo el amor a la orilla de las
mutaciones.
© Eugenia Cabral
Bellamente expresados los mil aspectos de la vida. Y magnífica ilustración del poema.
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