Páginas

8/2/23

Poema de Fernando Gabriel Caniza

 


Transformación del metal

 

No está muerto quien pelea, pero

hay peleas que se hacen cuesta arriba.

Cuando el viento amaina hurgamos

en lo que no se lleva, pájaros desfilando

con alas escoriadas, nos elevan sin

truenos hasta la gran potencia, entonces

distinguimos marcas en la mano, y con

un dedo seguimos sus recorridos

hasta el encuentro de heridas,

vulneraciones y desgarros.

 

Cuando éramos chicos las hojas de acero

tatuaban condenas sobre las espaldas,

un castigo filoso que arremetía contra

lo diferente,  ya sea el desajuste de las reglas

o una cosecha de luna sin precio,

 

y cuando el estigma no era suficiente

y se hacía duro llevarlo a su grado más alto

el alma se examinaba como recurso

con un barrido por el sendero más valorado,

porque allí también se dejaba una llamativa

marca indeleble. Alma sabia, alma mater

decíamos en voz bajita, a escondidas, en tanto

justicia poética sin represalia evidente.

 

Cuando éramos chicos las emociones

se presentaban desintegradoras, compulsiva

sabiduría callejera arrancada a base de

dolorosas afrentas, puñales infames,

matones apiñados, cuasi puñeteros.

 

De lo que fuimos algo queda en el reverso,

lomas y escondidas donde aprendimos

a eludir mascaradas, a movernos en silencio,

con el factor sorpresa como ventaja,

en refugios improvisados, con técnicas de

supervivencia entre agobio y suspiro.

Meros artilugios  en circunstancias

desfavorables, raciones para temporada de

penurias. En estos días, de tinta disecada,

de sueños sin aura, se vuelve apremiante

 

alejarse del hierro transformado en una

maza fogoliente, hierro que impacta

su peso en la misma misión. El mismo

sistema replicado hasta el desencanto,

apunta con insistencia,  pega con mucha

dureza contra el grito encendido

porque las ideas de unos cuantos

se asimilan con muerte o encierro

porque esos cuantos prefieren

un pasaje del futuro al pasado.

 

© Fernando Gabriel Caniza

1 comentario: