Brilla la cáscara sobre la mesa
y promete ser un buen día
un augurio carnoso y tierno
corazón de aguacate
generoso y duro a la vez.
La preparo en daditos, en puré con limón y
sal
en ensalada con cebolla tomate y pimienta
pisada con tenedor
con mayonesa,
pero he descubierto que me gusta aún más
partida al medio, con sal y a cucharadas.
Amante sostenida y creciente de la palta
-en busca de un palto propio, un paso más
hacia la felicidad-
he plantado su carozo de forma vertical y
horizontal,
en macetas chicas, medianas, grandes y
directo en la tierra.
Siempre brota, siempre viene, amorosa
crece.
El viento mece en el patio a un palto joven
y frondoso.
Todos los días lo visito, le retiro las
hojas secas, lo riego,
le hablo, le pido la flor ¡El Fruto!.
Ya tiene cerca de siete años.
Estoy convencida que su figura de hojas
grandes y lustrosas
me está diciendo algo,
me dicta para que al fin aprenda:
la belleza de la lentitud,
la paciencia y la adrenalina de la espera,
la hora exacta de la madurez de las cosas,
y su emoción.
© Stella Marys
Darraidou
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