El gran conjuro
Te quiero, dice, con la mirada
y se pierde al toque
entre la masa de cuerpos
en calle Corrientes.
Te quiero, dice, al mismo tiempo
que pensamos
lo innombrable es proceso,
semiosis infinita.
Sentimos su presencia
decidida, definitiva,
haciendo equilibrio
en baldosas rotas. Nadie
la percibe pero está allí
con rabia en devastación
como una tormenta fuera
de temporada. Es casi primavera,
millones de alergenos nos dedican
estornudos tipográficos,
karmas estacionales.
Te quiero, dice, batiéndose
entre momias acaloradas
con traje sin vuelo en el subte B
muy resuelta en sus opiniones,
diálogos interminables
con la masa en circulación.
Pero nada ocurre, nada la
aproxima
a un retorno, ella
insiste en no pronunciarse,
después de todo
cualquier afirmación en derrota
representa un salto al vacío
un paradigma cuestionado
una verdad en segundo plano
que pocos escucharían
después de todo
los demás nunca muestran
el mazo de cartas completo,
ni sus temores a una indecisión,
si continúan en disidencia
o se limitan al aplauso
de lo innombrable.
Desde este punto de vista
el avance es posible si seguimos
la norma de los discursos
la flecha en línea recta.
Pero ella siempre está a terciopelo
de este entripado. Ella convertida
en afluente, en alerta temprana,
con inquietud de sonrisa herida.
Pensándolo bien, mejor decimos
te quiero, a cada rato, ella
como punto de partida
nosotros, en este subsuelo
construyendo pequeños lazos
tal vez sea el gran conjuro
ante eso que desarma
las buenas intenciones,
eso que arrasa o lastima,
nos deja sin respuesta
en la mitad del camino.
© Fernando Gabriel
Caniza
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