El centro de gravedad de la
conciencia y de la felicidad no es el mismo que
entre nosotros. No está en el individuo, sino
en cualquier parte donde se mueva una célula,
del todo del cual es parte el
individuo.
VI A LAS HORMIGAS DEVORAR CON LENTITUD
EL CADAVER DEL VERANO
habían abierto un ojo de luz en la tierra
reseca
bajo el sol los largos meses cuando las
adelfas dieron flores.
Yo dejaba pasar el tiempo mirándolas
salir de a cientos de a miles como de un
volcán oscuro
que guardaba el núcleo precioso de su reino
custodiado por la suave reverencia de mi
sombra
al inclinarse sobre la boca del laberinto
subterráneo.
Las vi cosechar perlas, hongos de colores y
pequeñas fábulas
acariciarse y vaciar sus odres de aguamiel
para colmar el hambre
que golpeaba a sus hermanas aplastadas por
las horas de trabajo.
Mantuve distancia de sus vaivenes
constantes,
no quería interrumpir la procesión
el desmantelamiento verde del bosque,
la fila de hojas pétalos
parasoles
el estallido de las granadas que caían de
los árboles
desparramando sus huesos fértiles.
Las vi alejarse al galope sobre el lomo de
las orugas,
arrancarse las alas después del vuelo
nupcial,
marchar como soldados
levantar los cimientos del porvenir de su
raza, alabar a la reina
cuidar de su prole, hacer la guerra el amor
morir.
Cuando las aguas de marzo barrieron con su
caída
esa hermosa anarquía del boscaje,
las huellas de las obreras sobre la tierra
dejando atrás el paño blanco, el paisaje
árido cementerio de rocas
el aroma de la ausencia de las flores, los
troncos desposeídos
busqué con mis ojos los caminos largos, el
rastro de los centinelas,
la entrada amurallada al país de
hymenoptera
mientras mi aliento formaba nubes y mis
manos se helaban lentamente
pero no encontré a nadie que pudiera
orientarme y ya no supe
dónde estaba, quién yo era, ni por qué
había venido.
© Melisa Mauriño
Excelente poema Melisa. Imaginación a full. Gracias! Alfredo Lemon
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