La mujer es un pájaro que arrasa
las tardes encendidas por el sol
mientras pinta en su cuerpo la memoria
como una flor de piedra para el aire.
En cada poro exacto, imperceptible
quedan fijados libros y retratos;
el altísimo arco de su entrada
sostiene contra el tiempo y su malogro
las piernas de la atlante que sujeta
las horas y los días, las labores
como almirez que canta su trajín.
No hay mayor fijación, mayor anclaje
en la lenta caída hacia la muerte
de los muros, los auges, los vencejos
y a la vez, con su piercing en la lengua,
con su lengua dorada de metal,
la mujer mueve el mundo y lo trastorna,
lo arrastra y conmociona contra sí,
arrasa como un pájaro las tardes
e inventa superficies indulgentes
con plumas y atavíos muy diversos,
con brújula y castigo del lugar
en que duermen los hombres y las diosas
cuya falda es de jade y de distancia.
© María Ángeles Pérez
López
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