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26/8/22

Poema de Ariel Ovando

  


En las bocas enhebradas

a través del ojo de las garzas/

las de albino corazón/

pálido y alto en la noche su retorcimiento

de mármol y becerro sobre los mapas  heridos/

cuando se alejan de la noche de las extinciones

con el pecho abierto a las luciérnagas/

palomas de largos ojos

que lavan los ríos amarillos/

y que sobre la bóveda umbría/

invocan la literatura del trueno/

su invariable tiranía en la multitud/

 

en las plantas oscuras qué/ quizás

nos condenen la boca desde dentro/

con hojas/ con floraciones/ angulosas /putrefactas/

con las espirales de la vida/  con las curvas relamidas

como un sexo escrito en sumerio

por una mano con humores de golondrina/

cuando desanda el centro de la telaraña/

el curioso culto a los dioses de los remolinos/

a la noche centrípeta/ cuyos papeles se ahogan

en su centro/

y propician las lluvias estivales/

con la cabeza de seres

imaginarios y terribles/

con eternidades atravesados por balsas de candor/

y pájaros cuyo simétrico canto/

en el costillar de la selva/

evoca estrellas de agua tras celosías/

a resguardo de las fiebres/

                 sus lenguas lodosas y extrañas/

 

en noche de pies de montañas remotas/

contemplándose en el ala de harapo/

en los pájaros veloces calcinados

contra el vidrio elocuente del desierto/

en los palacios de soliloquios que se levantaron

con las piedras traídas de las naciones infernales/

los tambores invocan

la eternidad de los hombres/

de las fieras que vienen pisando las hojas pálidas/

delos alcoholes desencarnados/

mientras abren el abanico animales de la resbalosa

                                                                         ebriedad/

 

 

lunas de azufre que en nuestras manos  

cantasen canciones de hojarasca/

y marchasen sobre los alfabetos

como un árbol de anillos morosos/

devorando el aire/ creciendo en llamas /

estatua de pavorosos orbes agitando los brazos/

 

y cuya cabeza de pleonasmos crece como un espejo

en los palacios estragados

las altas nubes de cenizas/

las invasiones/

las cóleras/

las derrotas/                      

 

en algún diario/ en la lengua de la centuria/

lamiendo anacrónicas especies de la novedad/

en la borrachera de escapularios/ y de los huesos húmeros

puestos en cruz/

en las aguas marrones escapando a cielo abierto/

o en vidrios levantados de las calles calientes y rojas/

sombra desanda las sombras/ los mapas de la urbanidad

de tentáculos/ adheridos a la asfixia de los cuerpos/

 

y busca en el fondo de sus manos/ heridas por el sol

por el maíz que viene de las aldeas en medio de la niebla/

los nombres del amor/

los nombres de la guerra/

de los danzantes que son la eternidad de la tierra

vibrando en el río de maderos ciegos/

las largas y festejadas/

cenizas de paloma/

recogidas de la devastación del árbol estelar/

y repartidas por las calles de pueblo/

para ahuyentar a los espíritu inmundos/

y son como cascabeles los ojos del ciervo/

las guirnaldas salvajes/

las islas y los  collares/

en medio de la luz

atronadora. 

 

© Ariel Ovando

2 comentarios:

  1. Estupendo! Espléndido! Bravío! Alfredo Lemon

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  2. Gracias por tu comentario, Alfredo: aprendí a querer ese poema con los años, y en mucho es responsabilidad de mi público. Otra vez, gracias.

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