Poema de Ariel Ovando
En las bocas enhebradas
a través del ojo de las garzas/
las de albino corazón/
pálido y alto en la noche su retorcimiento
de mármol y becerro sobre los mapas heridos/
cuando se alejan de la noche de las
extinciones
con el pecho abierto a las luciérnagas/
palomas de largos ojos
que lavan los ríos amarillos/
y que sobre la bóveda umbría/
invocan la literatura del trueno/
su invariable tiranía en la multitud/
en las plantas oscuras qué/ quizás
nos condenen la boca desde dentro/
con hojas/ con floraciones/ angulosas
/putrefactas/
con las espirales de la vida/ con las curvas relamidas
como un sexo escrito en sumerio
por una mano con humores de golondrina/
cuando desanda el centro de la telaraña/
el curioso culto a los dioses de los
remolinos/
a la noche centrípeta/ cuyos papeles se
ahogan
en su centro/
y propician las lluvias estivales/
con la cabeza de seres
imaginarios y terribles/
con eternidades atravesados por balsas de
candor/
y pájaros cuyo simétrico canto/
en el costillar de la selva/
evoca estrellas de agua tras celosías/
a resguardo de las fiebres/
sus lenguas lodosas y
extrañas/
en noche de pies de montañas remotas/
contemplándose en el ala de harapo/
en los pájaros veloces calcinados
contra el vidrio elocuente del desierto/
en los palacios de soliloquios que se
levantaron
con las piedras traídas de las naciones
infernales/
los tambores invocan
la eternidad de los hombres/
de las fieras que vienen pisando las hojas
pálidas/
delos alcoholes desencarnados/
mientras abren el abanico animales de la
resbalosa
ebriedad/
lunas de azufre que en nuestras manos
cantasen canciones de hojarasca/
y marchasen sobre los alfabetos
como un árbol de anillos morosos/
devorando el aire/ creciendo en llamas /
estatua de pavorosos orbes agitando los
brazos/
y cuya cabeza de pleonasmos crece como un
espejo
en los palacios estragados
las altas nubes de cenizas/
las invasiones/
las cóleras/
las derrotas/
en algún diario/ en la lengua de la
centuria/
lamiendo anacrónicas especies de la
novedad/
en la borrachera de escapularios/ y de los
huesos húmeros
puestos en cruz/
en las aguas marrones escapando a cielo
abierto/
o en vidrios levantados de las calles
calientes y rojas/
sombra desanda las sombras/ los mapas de la
urbanidad
de tentáculos/ adheridos a la asfixia de
los cuerpos/
y busca en el fondo de sus manos/ heridas
por el sol
por el maíz que viene de las aldeas en
medio de la niebla/
los nombres del amor/
los nombres de la guerra/
de los danzantes que son la eternidad de la
tierra
vibrando en el río de maderos ciegos/
las largas y festejadas/
cenizas de paloma/
recogidas de la devastación del árbol
estelar/
y repartidas por las calles de pueblo/
para ahuyentar a los espíritu inmundos/
y son como cascabeles los ojos del ciervo/
las guirnaldas salvajes/
las islas y los collares/
en medio de la luz
atronadora.
© Ariel Ovando
Etiquetas: Ariel Ovando
2 comentarios:
Estupendo! Espléndido! Bravío! Alfredo Lemon
Gracias por tu comentario, Alfredo: aprendí a querer ese poema con los años, y en mucho es responsabilidad de mi público. Otra vez, gracias.
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio