Poema de María Ángeles Pérez López
En el exacto centro de su centro
la mujer pinta el vértigo y se asoma.
Como los gatos negros de la noche,
camina alrededor, mide el vacío,
se asoma a su avispero, su intervalo
de dolor a dolor, su abismamiento
y acerca los dos pies, la coyuntura
en que el barranco traga las palabras,
piedritas ya vencidas por su lastre.
Con su rencor purísimo y amargo
que es la fermentación de la mentira,
la mujer vuelca ácido carbónico
en su esternón, el hueso decidido
cuya forma es la grieta, la fractura
en la concentración de la materia.
Vierte también vinagre y disolventes
sobre su corazón como una zanja
y en el abismo pinta un nuevo abismo,
un agujero negro en que la luz
nunca puede salir, queda exigida
a su larga derrota, su fortuna
de los días fatídicos, sus trece.
Asomada a su pozo, ya invisible,
se entrega a la pasión, la noche opaca,
el vértigo pintado sobre el hueso
de quien subida al piso veintiocho
en su azotea y su angustia vertical,
se tizna con carbón, tiñe su piel
de negro sobre negro y ensombrece
desaires, precipicios y basaltos.
Tan solo brilla el miedo, el corazón.
© María Ángeles Pérez
López
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