Esther amolda su cabeza a la almohada, al
vértigo que trae roces, máscaras, sonríe, aún puede esquivar la acritud, las
liebres de la medianía saltan sobre polvos, un fósforo se enciende, el borde
del sueño abre sus portones, un nombre se hace rostro, posibilidad, una palabra
desata otras que hacen reveses. Si tomara un lápiz garabatearía alguna frase,
pero ya es muy tarde, tordos picotean sus raíces, las enjundias le han tomado
el cuerpo, se confía a la memoria y duerme.
© Eleonora Requena
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