Desde niño supe
lo que era tragarse
el sapo.
Sin asco
ahogando el gemido
de esa esponja
que brama.
Por cada sapo
tragado,
poética figura
de una ejercitada
virtud
-la de tragar-
recibía una
moneda
de cinco
centavos.
Esos cinco
centavos
eran mi entrada
a la selva de Tarzán
o al planeta Mongo.
¡Madre mía, qué feliz
se puede ser con
cinco centavos!
© Hernán Jaeggi
Muy bueno querido Hernán
ResponderEliminarEntrañable !!!!
ResponderEliminarFuerte. Bello.
ResponderEliminarBelleza y verdad ... late el poema. Gracias...
ResponderEliminarel precio de ser feliz, la recompensa por tragar, tantos ángulos tiene este poema.
ResponderEliminarGracias Hernán.
un abrazo
Claudia