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8/10/21

Poema de María Ángeles Pérez López

 


 

Con un rotulador de punta verde

que derrama su menta y su espesura

bajo la estricta ley de los fluidos

(la presión hidrostática, el coraje),

la mujer pinta un prado y saltamontes

sobre su calva blanca y aterida.

Escribe insectos grandes, cariñosos

y hormigas diminutas que se duermen

en hojas encendidas de verdor

como si fueran formas de metal

que brillan en silencio en la madera.

Sobre su cráneo blanco y aterido

escribe la canción de las termitas

cuando mascan el tiempo y los tablones,

una constelación de escarabajos

que inventaron el cuerpo mineral,

orugas luminosas y valientes

que rompen la crisálida y no lloran,

esta suerte de nuevo nacimiento

en las briznas minúsculas de hierba

que arrasan la ceniza y su matriz.

En su cabeza blanca y aterida

que perdió los cabellos, los aplomos,

las hojas más oscuras de los pastos,

la mujer atenúa los venenos

y pinta una pradera accidentada

en la que hay hormigueros, piedrecitas

y un cubo de cemento y de ladrillo

que produce energía nuclear.

Contra ella se han escrito los insectos.

La tinta florecida en color verde

empobrece el uranio y su dolor.

© María Ángeles Pérez López

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