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7/9/21

Poema de Ariel Ovando

  


LAS HERIDAS DE SAN SEBASTIÁN

 

         ¿Por qué el fantasma del apóstol

hundió su dedo en la lengua de san Sebastián,

como si acaso no le hubiera oído jamás pronunciar palabra?

¿Por qué se ensañó ese primer día? ¿Por qué se calentó así,

porqué se frotó las mejillas y los muslos en la oscuridad

por qué le antecedía la forma del espejo,

            en el hombre atravesado de flechas?

¿La enredadera del martirio no tarda tres días

                                                  en florecer?

¿ En cicatrizar el costado de las palabras nuevas?

¿ Y con qué derecho toca usted a mi divino marica?

¿Y por qué, el mismo dedo en el costado, pienso

      por qué no entre las piernas del demiurgo

                                               enmascarado

que nos arrojó a la senectud

si hay lentejuelas para el lomo de la yegua infernal

si hay demiurgo, es decir, diosito mínimo made in Taiwán,

si hay el animal print

             más animal que print,,

si  hay la sombra de un caballo en su boca abierta

  ante la eternidad que incendia los pastizales

que quema a los alaridos el alcohol las ingles

                  el reguero de estrellas por delante?

 

¿Por qué el apóstol

soñaba con el hombre maniatado,

por qué las palabras prohibidas

     a la altura de las muñecas                           

si perplejo por el espejismo de su propia eternidad

de su ano descifrando las aguas que se llenan de flores,

por qué si su estrella dilatada con insultos

hablaba de los rojos pájaros

                  dentro los cuerpos,

                                              

de los tejidos como mapas,

por qué  el estallido

                                   blanco

del silencio sobre las islas

                             en mitad de la noche,

y por qué  la noche arrojada en aguas,

 por qué la lengua cercenada, por qué  los ojos abiertos

los muslos íncubos  yendo a la sombra

por qué la repetida agua de viajeros,

para perdernos en el bosque?

¿En las gastadas y pálidas

                                gotas de rocío?

 

¿ Pero qué hicieron luego con el hombre inerme

                                                     y por qué,

                   qué hicieron con san Sebastián

el marica muerto contra el árbol infame,

contra la lengua del incrédulo,

contra el cuerpo paralelo a las muertes,

y al sudor de las vocales

                           cayendo al silencio?

 

Ah la noche, dije

como una larga lengua de reptil

hasta el fondo de los ojos estragados por el tiempo,

                               y por la tierra;

la tierra que empieza a repoblarse de brotes, de líquenes,

de bellos en las axilas húmedas, de selvas transitorias,

de madreselvas olorosas, de langostas,

de un pubis que se arquea para copiar

          el movimiento de la tierra

y relatar luego

la expulsión del paraíso

        en clave erótica,

la huida montado sobre

una verga de nocturnos alcoholes.

Entre jadeo y jadeo,

entre palabra y palabra

Entre dolor y dolor,

entre un día de sal

y un espejo de lágrimas dulces,

forrado en los bordes con piel de cocodrilo

Mi reino por un buen caballo para cabalgar.

Un caballo por mi reino hecho pelota,

una tumba para el sol

             para leer los jeroglíficos

incendiados en el vientre de bellos rojizos,

para deslizar la lenta gramática de la caricia,

          el nacimiento de criaturas de agua

nadando en las orillas extrañas.

 

Así que por qué, por qué

el fantasma del apóstol hundió su dedo

en el costado de San Sebastián

como si un dedo sobre la lengua

no alcanzara

   para el lento estertor de los orgasmos,

para la lengua corriendo como tigre en la altura

corriendo ideogramas de fiebres telúricas.

 

¿Pero qué hicieron el segundo día,

si él, San Sebastián, marica hermoso

no será el último cuerpo

arrastrado en bolas al río,

al encuentro de la barca dorada?

 

Al segundo día, lo llevaron hasta una casa:

los pájaro rojos le habían picado las carnes,

                          es decir, los fragmentos

                          de lo divino encarnado

                          en las mejillas de putito espléndido;;

las travas le llevaron, un patio con tinajas e higos;

                                       le llevaron,

le limpiaron con lenguas de nardo perfumado;

eso sí, hicieron sonar las membranas

de un cuerno milenario ante la espuma de los días;

para la ocasión, la brishantina, las plumas,

                                                   los tacones

                                   el barroco de la carne

porque en las postreras carnes de la maricona

temblaba, levísima, la llamarada de las barcas vikingas

                 esa flámula apagándose

                                     en altamar

 

© Ariel Ovando

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